En 1915, la tarea de dos hermanos era prender la estufa de una escuelita de Elkhart, Kansas, USA, para calentar el aula. Una mañana, hubo una explosión. Uno de los hermanos murió y el otro, de 8 añitos, resultó gravemente herido.
El médico no le dio esperanzas de vida pero si lo hacía, probablemente moriría de la infección. Pasaron los días y el niño pasó el peligro.
Después, recomendó la amputación de sus piernas pues estaban paralizadas y seriamente infectadas. Sus padres, a insistencia del niño, no lo aceptaron. La infección cedió, pero seguía sin poder moverlas.
A los dos meses le dieron el alta pero, desgraciadamente, sus piernas colgaban sin vida y los dedos de los pies se habían deformado en muñones.
Sin embargo, el valiente niño había tomado una decisión muy importante: no sería un inválido.
Empezando desde cero, apoyado en sus padres, en sus amigos, en las cercas, en los pasamos de la escalera, poco a poco, despacio pero seguro, fue nuevamente aprendiendo a mover sus piernas. Un paso a la vez. Se frustraba, se caía, pero no importaba… su misión era clara.
Glenn Cunningham, a los 25, logró algo que muchos no creían posible: convertirse en el hombre más rápido del mundo. Fue premiado como el mejor deportista amateur en USA en 1933, marcó varios records mundiales en velocidad y hasta participó en los Juegos Olímpicos de 1932 y 1936. Sus apodos eran el “Kansas Flyer” y el “Elkhart Express”.
Ahora te pregunto: ¿Seguro que tú no puedes?